La muerte de Zapata
17:26:51 / 10/04/2012
Autor: Redacción
LINCE/URUAPAN, Mich.- Zapata acudió a la cita con su muerte armado con la ofrenda de su vida. Las puso juntas y reventó en el rostro de la historia la lección fenomenal de un espíritu colectivo que grita a los cuatro vientos su decisión implacable e irreductible de recuperar su dignidad y libertad.
Zapata acudió al altar de una muerte preparada por los traidores.
En Chinameca, Guajardo con sus fuerzas se encontraba en el casco de la hacienda y Zapata con las suyas ocupaba una altura cercana de donde vino cuando accedió a tomar la cerveza que con tanta insistencia se le ofrecía .
Guajardo había mandado formar frente a la casa de la Hacienda en que se encontraba, veinte hombres de su confianza, algunos de ellos oficiales con traje de tropa, explicando que era la guardia que haría los honores al general Zapata, con un clarín que daría el toque respectivo.
Estos hombres estaban ya aprevenidos para lo que habría de suceder, y tenían instrucciones de que al presentarse Zapata y lanzar el clarín el primer punto de atención, debían hacer fuego sobre el cabecilla suriano y la gente que le acompañaba, procurando a todo trance coger a Zapata, vivo o muerto.
Eran cerca de las dos de la tarde del día diez de abril. Zapata se acercó montando un magnífico caballo que previamente le había obsequiado el coronel Guajardo, llevando a su lado a los generales de división , Gil Muñoz (a) “el Mole”, Zeferino Ortega y Jesús Capistrán , y seguido por su escolta.
El clarín lanzó el primer toque para hacer los honores al jefe rebelde, y de acuerdo con lo convenido, los soldados de Guajardo dispararon sus armas, entablándose el combate. Varias balas hicieron blanco en Zapata y en el caballo que montaba y al desplomarse el cabecilla, fue inmediatamente recogido por los soldados del 5º Regimiento, conforme a las órdenes recibidas.
Sólo a la estupidez más aberrante puede ocurrírsele que el asesinato o el exterminio borran los ideales o los sueños de los pueblos. Sólo a la negligencia y al genocidio puede acudir la creencia de que matando a un individuo se desaparecen las consignas más hondas de las sociedades. La muerte de Zapata potenció a su modo el renacimiento de ese espíritu guerrero y libertario que habita en la sangre de cuanto mexicano entienda, así sea mínimamente, cualquier noción de respeto por la dignidad de la vida.
México hoy es hijo de sus contradicciones, sus aciertos, errores, olvidos y omisiones. Nada de lo que ocurre hoy es ajeno o distinto a lo ocurrido el día en que asesinaron a Zapata. Se vive el mismo clima de contrariedad por las tantas injusticias y atropellos que siguen entregando el país a los designios del conquistador. Se vive el desencanto rabioso de una sociedad que vive engañada con la saliva demagógica de los que no saben ofrendarse para el bien vivir colectivo. Se padece el sabor amargo de la desesperación por no tener espacio de maniobra para dirimir los rumbos del futuro, y se sufre la fractura de unos hijos heridos en su consciencia por no haber sabido defender a la madre tierra. Historia de cadáveres y monumentos fetichizados por la palabrería para ocultar las tareas pendientes.
Pero el espíritu de Zapata también recorre el continente americano. Hoy quizá más que nunca en medio de las fiebres industrializadoras que generan economías de bloque, con una adoración ecocida por el progreso postmoderno, las poblaciones rurales e indígenas que sobreviven, (es decir millones de seres humanos,) se debaten en calamidades muy parecidas a las que movieron la insurgencia zapatista.
De la Patagonia a Chiapas, de las reservaciones indias norteamericanas a las montañas incas. América es todavía territorio de herencias vivas. Territorio de culturas agrícolas e indígenas que fueron y deberían seguir siendo propietarias de sus parcelas, de sus cosechas, se su fuerza de trabajo, de sus mitos leyendas y magias. (Dr. Fernando Buen Abad Domínguez. E. Zapata. Apuntes sobre el futuro)
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