Los Mártires de Uruapan, Defensores de la Patria
10:18:55 / 20/10/2012
Autor:
Los defensores de la patria
Lamberto HERNÁNDEZ MÉNDEZ
El primero de octubre de 1865, la columna del general José María Arteaga arribó a Uruapan, con la finalidad de celebrar “el paso revista”, a cada uno de los soldados, las tropas y contingentes que luchaban en diversos lugares de Michoacán en apoyo al gobierno juarista.
El 5 de octubre de 1865, había un sol esplendoroso que brillaba al oriente; el aire húmedo y limpio se mecía en una suave brisa que suspiraba entre el follaje.
El acto resultó imponente. Formado el ejército, se presentó el general Arteaga acompañado del general Carlos Salazar, Vicente Riva Palacio y los estados mayores, siendo saludados con los acordes del Himno Nacional, que vibraban a los cuatro vientos, en medio de tres mil espectadores que gritaban vivas.
Jamás en la historia de Uruapan había ocurrido algo semejante, incluso hasta la fecha. En los llanos de la Magdalena –donde ahora es la calle de Gran Parada-, se podía admirar la llegada de los contingentes de la caballada y las tropas de soldados que efusivos entre ellos se saludaban. Era el eco republicano, de independencia y libertad!.
Dos prolongadas filas de infantería y caballería formaban la gran valla, exhibiendo sus armas ante el símbolo de honor, que es para el soldado la representación de la patria.
Asistieron a la Gran Parada Militar, dos mil 500 hombres; el general Arteaga hizo entrega de un estandarte al cuerpo de “Lanceros de la Libertad” que dirigía el coronel Eugenio Ronda.
El 10 de octubre acuerdan partir de Uruapan en tres frentes para burlar al intervencionista Ramón Méndez que había salido de Morelia con dos mil hombres en su busca. Arteaga y Salazar marchan rumbo a tierra caliente con mil 200 hombres.
La mañana del día 13 de octubre, alrededor de las once horas, llegó la tropa a Santa Ana Amatlán, muy cansada, sin poder dormir, con hambre, fatigados y empapados por el torrencial aguacero.
Designaron vigilancia y exploradores para evitar ser sorprendidos. Se disponían a preparar alimentos y luego descansar; las armas estaban en un pabellón.
De repente, se escuchó un ruido extraño, cascos de caballos, gritos y disparos de fusil; todo era confusión. Se escuchaba ¡Viva el Imperio!. No hubo tiempo de tocar “generala”, les cayeron por sorpresa.
Era el final de la división republicana, habían sido sorprendidos los soldados defensores de la patria, por el ejército de Ramón Méndez; entre ellos Arteaga y Salazar, Jesús Díaz, J. Trinidad Villagomez, José María Pérez Milicua, José Vicente Villada, 5 tenientes coroneles, 8 comandantes y 400 subalternos.
Todos los jefes cayeron prisioneros, solo se salvó el coronel Justo Mendoza, quien se internó por el monte auxiliado por un generoso indígena.
Así fue la captura de los dos generales más buscados por la monarquía mexicana y parte de la tropa que más problemas le había dado al supuesto segundo imperio mexicano. En unas palabras: había sido acabada la división republicana.
Ramón Méndez dio órdenes de llevar a los detenidos a Uruapan; dirigidos inhumanamente y juzgada hasta su arribo a la plaza . Llevados caminando más de 110 kilómetros; heridos, golpeados, con sed y deseosos de comer, se les llevó por un camino de difícil acceso. El sacrificio se prolongó por siete días.
Al fin llegaron a su destino en el atardecer del 20 de octubre, ya casi muertos de sed y hambre. El traidor de Méndez se instaló en la casa de la familia Izazaga. Los prisioneros en casa de la señora viuda de Gutiérrez, donde ahora es el portal Carrillo.
Separados de los demás prisioneros, Arteaga, Salazar, Villagómez, Díaz y González, fueron notificados que en la mañana del día siguiente, debían morir. Recibieron la noticia con serenidad, sin quejas, sin recriminaciones, con un valor heroico.
Amaneció el día 21 y a las seis de la mañana las tropas de Méndez salieron de sus cuarteles y formaron un cuadro frente a la prisión, donde ahora es Rafael Carrillo.
“… La mañana estaba fresca y hermosa, como que finalizaba el mes de octubre y la estación de lluvias se había prolongado más de que solía. El aire estaba lleno de aromas y de cantos de pájaros; el suelo lleno de verdura desde el cercano cerro colorado hasta el distante y enorme Tancítaro. Nada se movía en el pueblo, no había ventana abierta, ni paseantes distraídos, ni curiosos atisbadores; solo la tropa, numerosa tropa de infantería y caballería, llenaba la plaza y las calles adyacentes; los militares estaban vestidos de gala, llenos de cordones y cruces y montando briosos caballos; un par de cañones brillaba escasamente con la luz de la mañana”. Los Mártires de Uruapan. Sergio Ramos Chávez.
Faltaban 15 minutos para las siete de la mañana; había llegado el momento y los sentenciados se presentaron. Se les permitió marchar al lugar del suplicio sin llevar los ojos vendados.
Con paso firme se adelantaron, Arteaga pálido pero sereno, Salazar fiero y amenazador, Villagómez frío y desdeñoso, Díaz con una resignación cristiana, González con un aire burlón y despreciativo, señala Vicente Riva Palacio en “El libro rojo”.
Salazar arengó a la tropa ¡aquí traidores!, poniendo su mano en el pecho, pero, los clarinetes y las cornetas y las cajas de guerra resonaron ahogaron su voz.
Arteaga quería arrodillarse para recibir la muerte, pero Salazar se lo impidió ¡apóyese!, le dijo dándole su brazo; se oyó la voz de fuego, retumbó la descarga, y poco después la columna imperialista desfilaba al lado de cinco cadáveres que Méndez dejaba abandonados, sin cuidar siquiera que se les diera sepultura.
Varias señoras de Uruapan fueron a levantar, lavar, velar y enterrar a los muertos. El sol inundaba ya la plaza; las bandas de pájaros empezaban a gorgojear de nuevo, y una paloma parda, de esas que lloran tristemente porque, llegaron tarde para alegrar la agonía. Episodios nacionales. Victoriano Salado.
“El ejemplo de los Mártires de Uruapan será siempre la estrella que nos guíe en el camino del progreso; y el fulgor de aquel astro alumbrará también la ruta de los patriotas del futuro”. Eduardo Ruiz
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