Subir sin calzones al Metro, una cuestion de pantalones
08:58:53 / 14/01/2013
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MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Viajar en Metro es un testimonio de coraje. Hacerlo sin pantalones sorteando las miradas lúbricas de los pervertidos es un singular arriesgue. ¿Es posible viajar por el subsuelo en un vagón naranja donde muchos desconocidos se quedan en ropa interior al mismo tiempo?
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En Metro Mixcoac una marabunta de cuerpos camina junto a Guadalupe, una señora que se dedica a limpiar departamentos.
−¿Sabe por qué no traen pantalones?
−Es un desfile gay ¿no? Mira, ya en esta vida es normal, ya nos acostumbramos a verlos. Mira, yo no quiero hablar mal de ellos. Mira, el cuerpo es una envoltura, hay envolturas elegantes y envolturas feas, eso es lo que veo.
2
Existen en el Metro dos tipos de hombres: los mirones y los ciegos. Mario Juárez tiene 74 años y un bastón para invidentes en la mano. De su cuello cuelga una lata con monedas. Mario no es un viajero más, es un habitante del subsuelo. Enfrente de él transitan decenas de piernas sin vergüenza.
−¿Qué pasaría si todos anduvieran sin pantalones?− se le pregunta.
−¡Ah caray!, pues como ni veo, no me importa. Solamente tocando a las personas me doy cuenta cómo son. Necesito oír la voz. No me imagino a la gente sin pantalones.
Un montón de figuras fantasmagóricas entran y salen de los vagones. Mario cuenta sus monedas como un cajero experto. En el caos subterráneo se inscribe el secreto de su serenidad. Sus pasos son aletargados y tambaleantes como los de cualquier persona ciega. Pasear sin pantalones y sin rumbo es un acto incomprensible para él.
“Te recordamos el paisaje que hace mucho no ves por ir viendo el reloj”, dice un anuncio publicitario como a modo de bienvenida.
3
En el vagón una señora con cuerpo de cetáceo se quita los pantalones. “Es como estar en una playa nudista”, le dice a unos jóvenes con orejas de conejo y trusas multicolores.
−¿Le gusta viajar sin pantalones?
−Viajamos más cómodo así.
−¿Y no le tiene miedo a la celulitis?
−Ay mijo, si te contara, yo de joven era menudita, como las muchachas, pero la vida…−dice Hermelinda, de 60 años, mientras mira a los demás. Tiene la certeza de que alguien se fijará en sus piernas de nuevo, algún día. |