Todos los dirigentes de los grupos de presión existentes en el magisterio democrático, que se dicen comités ejecutivos de la sección XVIII pero que no lo son, hablan de la unidad de los dientes para afuera.
08:11 AM 27/11/2024
Por: Juan Pérez Medina
Todos los dirigentes de los grupos de presión existentes en el magisterio democrático, que se dicen comités ejecutivos de la sección XVIII pero que no lo son, hablan de la unidad de los dientes para afuera. Se refieren a ella, pero no la impulsan verdaderamente. Dan por hecho que la construcción de la unidad reclama de su parte la renuncia a los mínimos privilegios de que hoy gozan -no trabajar frente a grupo, por ejemplo-; y eso no está entre los riesgos que estarían dispuestos a correr.
Así pues, la unidad en boca de los dirigentes de estos grupos es más un recurso, una artimaña, un relato vacuo, que un compromiso, que una aspiración. Por eso se queda en boca de todos, en el verbo, en el vacío.
Y, es que la construcción de la unidad no es asunto de quienes no la quieren, es más exactamente, una cuestión de quienes la necesitan; para ser más exactos, es prioridad de las bases magisteriales, de los trabajadores que están en las escuelas y en los espacios administrativos desarrollando sus tareas cotidianas. A ellos es a quienes debería interesarles, por que son ellos quienes necesitan un sindicato fuerte y unido que los proteja.
Es por eso que un grupo de fundadores y ex dirigentes del magisterio hemos insistido en que la unidad debe construirse desde abajo, escuela por escuela y zona por zona.
Debe construirse entre los educadores y las educadoras, volviendo al centro el instrumento puntual, que es el diálogo entre pares y reconociendo el derecho que cada uno tiene. En la construcción de la unidad nadie debe poner por delante sus intereses particulares. Poner eso como como el asunto principal es colocar el egoísmo y la mezquindad en la cara de los demás y, por tanto, nada podrá construirse que sirva a todos y sí la discordia. En la lucha general se acaban reconociendo los derechos de cada uno y no al revés. Casi nadie dará su esfuerzo y tiempo en resolver el asunto de otro, que no esté en la perspectiva de todos.
Así pues, la unidad que debe unir al magisterio está en sus demandas generales, las más sentidas, las más apremiantes. Estás se funden en las seis tareas del proyecto político sindical que el magisterio elaboró y aprobó allá por 1995. En ellas están concentradas las grandes aspiraciones de un magisterio militante, comprometido con la defensa de los derechos de los agremiados, con la defensa de la educación pública, con el garantizar que los niños y las niñas, los adolescentes y los jóvenes reciban educación todos los días y de calidad y, sobre todo, con calidez. Las seis tareas del proyecto político sindical llaman a educarse políticamente para poder ir más allá del gremialismo ramplón y no escatimar la solidaridad con todas las luchas del pueblo en dondequiera que ellas se estén dando, reconociendo que aquellas, igual que la lucha magisterial, son también nuestras luchas y que si no triunfan nosotros tampoco lo haremos. La unidad, dice el proyecto político sindical, no sólo es entre nosotros, sino que debe construirse con todo el pueblo.
La unidad que se necesita hoy es aquella que se construye bajo principios éticos. De nada sirve la unidad que se da entre personas que unen sus malas prácticas y mezquinos intereses para favorecerse. Dañar a los demás, pasar por encima de sus derechos, es siempre una mala inversión.
Los principios son guía de nuestra actuación. Norman la conducta de todos los agremiados, pero sobre todo, de los dirigentes. No es válido que un representante sindical, aprovechando que está en la dirigencia, aproveche para darse ascensos, horas, plazas o hacerlo con sus familiares; que cobre por los servicios que presta y que son su obligación, buscando siempre canonjías de parte de quienes le solicitan su intervención en algún asunto.
No observar principios éticos lleva siempre a la corrupción que es la madre de todos los vicios. Un acto al margen de los principios, por muy pequeño que sea, acaba siempre dañando, no sólo a quien lo hace y a quien lo permite, sino al conjunto de la organización sindical.
Por estás razones es que no veo con buenos ojos la unidad que se pretende construir desde arriba, donde los actuales dirigentes traten de buscar el “ponerse de acuerdo”, para luego presentarse ante la base como un nuevo estamento, cuya única virtud es el haber llegado a una alianza que les permita tener más influencia y presencia, al margen de los principios y de las prácticas democráticas de ejercicio sindical.
Un acuerdo unitario cupular es una derrota más en este momento y en cualquier momento.
Pero no por lo anteriormente comentado es que estoy descalificando cualquier intento de comunicación y reunión de los dirigentes de estos grupos de presión que hoy tenemos, por el contrario, me parece de los más necesario, ya que, por principio, distensan las relaciones entre sus representados en las escuelas, delegaciones y regiones y, además, es una buena oportunidad para abonar a la unidad de todo el gremio. Pero la tarea de estos dirigentes es la de generar el protagonismo de la base sin pretender controlarlo y, mucho menos, hacer proyecciones de antemano con la intención de que cualquier proceso hacia la construcción de la unidad esté en sus manos antes que de nadie.
La unidad es un asunto de las bases y ellas deben ser las protagonistas. El papel de cualquier dirigente es aquel que se restringe a convocar, organizar y generar la participación de los maestros y las maestras para que éstos determinen democráticamente y sin presiones sobre el para qué, el cómo, el cuándo y quienes habrán de representarlos y por qué. Aquel dirigente que pretenda unir para saberse más fuerte es un embaucador y un charro traidor. La fuerza está en la base y no en sus dirigentes.
Lo mejor que se debe hacer es estimular la discusión de la unidad en las escuelas, con la base; para que desde ahí se busque el mejor proceso y la mejor propuesta para alcanzarla. Corresponde a ella y nadie podrá sustituirla. Cualquier proceso que deje de lado esta circunstancia no llevará a algo duradero.
Así pues, la unidad que se necesita y debe construirse en el magisterio es aquella en donde la base sea la protagonista. Sólo la unidad construida ética y democráticamente desde abajo será buena, sólida y duradera.
Durante su intervención, destacó la importancia de que los jóvenes se familiaricen desde su formación académica con la práctica parlamentaria, herramienta clave para la construcción de una sociedad más justa y democrática.
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