A Francisco Javier Acuña lo conocí en agosto de 1989. Había pasado la primavera magisterial de abril, mayo y junio de ese año, cuando el magisterio nacional democrático había logrado deponer al cacique sindical, líder de Vanguardia Revolucionaria.
12:55 PM 14/12/2024
Por Juan Pérez Medina.
A Francisco Javier Acuña lo conocí en agosto de 1989. Había pasado la primavera magisterial de abril, mayo y junio de ese año, cuando el magisterio nacional democrático había logrado deponer al cacique sindical, líder de Vanguardia Revolucionaria; el sempiterno Carlos Jonguitud Barrios.
El Movimiento Democrático del Magisterio (MDM), bajo el cobijo de la CNTE, había logrado la destitución del comité ejecutivo seccional encabezado por Carlos Acosta Mora, apenas electo en diciembre del año anterior y, el acuerdo con el CEN del SNTE para celebrar un nuevo Congreso seccional en los días 13 y 14 de octubre en la ciudad de Uruapan. Ante estas circunstancias, el MDM no podía distraerse y el periodo vacacional de julio y agosto que se atravesaba no era un momento favorable, pues la ausencia de las bases magisteriales en las escuelas dificultaba la organización hacia el congreso y facilitaba las maniobras de los “charros” del CEN del SNTE, que encabezaban la Comisión Ejecutiva provisional, acordada con Elba Esther Gordillo (EEG), la nueva lideresa impuesta por Carlos Salinas de Gortari.
Con el inicio del ciclo escolar 89-90 a una semana, convocamos a nuestra primera reunión regional el día y la hora acostumbrada: martes a las 17 horas en la escuela primaria (TIPO) Francisco I. Madero de Jiquilpan. En ese entonces, tenía la responsabilidad de coordinar el Movimiento en la Región de la Ciénega de Chapala, que incluye a ocho municipios de esa región y, ante las semanas de ausencia, me corría la prisa por informar, dar a conocer las tareas y designar a los responsables de llevarlas a cabo. Esa tarde, apenas iniciada la reunión, llegó el compañero Vicencio Chávez Romero, quien era nuestro representante regional en la dirección estatal del MDM; Estanislao Ochoa Gutiérrez era integrante de la Comisión Negociadora ante el CEN del SNTE y la Secretaría de Gobernación para el caso de Michoacán.
Junto con Vicencio Chávez llegó Francisco Javier Acuña, de mediana estatura, de pelo ensortijado, ni largo, ni corto, de bigote y lentes asegurados por un cordel y con un morral colgado en donde guardaba la libreta de notas, uno o dos libros y algunos folletos o volantes. Detuvimos la reunión para darles la bienvenida y el compañero Vicencio Chávez, aprovechó para presentar a Javier Acuña como integrante de la dirección estatal y representante de Zamora, que en ese momento no nos significó gran cosa, pues no lo conocíamos. Acordamos que le daríamos la palabra en asuntos generales.
Acompañaba a los dos personajes, un niño de carita vivaz, con un claro parecido a Javier Acuña, que no rebasaba los 8 años. Se trataba de su hijo mayor. Ambos se sentaron hasta la parte de atrás, seguramente con dos intencionalidades. La primera, para que Argel, su hijo, se pudiera distraer un poco sin ser un duro distractor y, la segunda, con el objetivo de observar la asamblea que para él era una primicia.
Habló ante nosotros y de inmediato conectó con los presentes. Contextualizó la lucha sindical y su significación para la lucha popular estatal y nacional. Dimensionó el significado del congreso convenido con los Charros del CEN del SNTE a celebrarse en octubre en Uruapan, destacó las tareas y nos advirtió de las tácticas propias de los charros, que se hacían uno con el gobierno priista estatal, como así era.
Al terminar tomé las riendas de la reunión y, una vez tratados los asuntos generales, dimos por terminada la reunión. Con Vicencio Chávez, acompañamos a Javier y su hijo a tomar el camión de regreso a Zamora. Esa fue la primera vez. Ni cálida, ni indolente, pero sería el inicio de un camino de años juntos, de aprendizaje y fortalecimiento del carácter como producto de la acción colectiva de muchas voces y manos. La primavera de 1989 despertó, como nunca, los miles de capacidades adormecidas de los maestros y las maestras michoacanas y las llenó de vergüenza, creatividad, solidaridad, sed de justicia y de democracia.
Los mejores, los más representativos, luego saltaron a la vista y las bases les delegaron su confianza. Javier ya era representativo de la lucha revolucionaria, ya había destacado como estudiante y maestro militante; ya había sufrido la represión y hasta el destierro de la entidad por parte de los “charros jaimistas”. Cuando explotó la gran jornada de 1989, ya Javier era un referente (la viva praxis) y gracias a las circunstancias históricas; la tenacidad; la necedad; “las batallas en el desierto”; la denuncia permanente; la siembra en seco de las ideas de democracia y cambio que realizara junto a otros cuantos (esto es relativo), y su avanzada formación política, le permitieron convertirse de manera natural en uno de los pilares del MDM en la entidad y su confirmación como uno de los cuadros políticos más preclaros de la CNTE en el país.
Casi no dormían y, por tanto, no te dejaba dormir. Su excesivo activismo no tenía descanso (en enemigo no duerme) decía. Aquí organizaba la compartimentación de la dirección, planeaba la estructura y funcionamiento de movimiento en cada una de las regiones; formaba comisiones regionales y estatales, organizaba el brigadeo escuela por escuela, la confrontación con los charros y las bases bajo su control; le daba contenido al relato del magisterio en lucha; mientras hacia afuera del movimiento, desarrollaba la táctica de relación con los movimientos sindicales y populares en el estado, llamaba a la conformación de frentes estatales y organizaba el llamado a la movilización por sus demandas y a sacudirse el charrismo. De igual forma tendía puentes con el resto de los contingentes de la CNTE e ideaba la estrategia para desarrollar acciones en todo el país en la lucha por democracia sindical y en defensa de la educación pública. Era un cuadro sindical y revolucionario de primer orden que concitó el reconocimiento del magisterio nacional, de los propios charros del SNTE y del gobierno.
Era en lo particular un maestro a todas luces. La lucha era su constante y sus conocimientos crecían de forma cotidiana en la convivencia diaria con las organizaciones del pueblo. Era un educador nato. Defensor de la educación pública y férreo critico de las políticas privatizadoras, y de los modelos de ese corte en el sector educativo, fue uno de los principales impulsores de la educación alternativa. Nunca lo vi achicarse ante las circunstancias y siempre destacó por su capacidad argumentativa, incluso en los ambientes dominados por el charrismo sindical.
Fue un extraordinario compañero. Actuaba siempre tratando de facilitarle las cosas a los compañeros que aducían dificultades para realizar una tarea. Reconocía a quienes tenían mejores propuestas y respetó siempre la fuerza y sabiduría del colectivo. Confió en todo momento en que la asamblea era el principal vehículo para el debate fraterno y la construcción de los acuerdos consensuados. Impulsó la formación de la base, mediante los seminarios de formación política en cada escuela, zona escolar y región del estado. Puso por encima de cualquier cosa y en cualquier circunstancia la determinación de la base, siendo fuerte impulsor de la generación de espacios para la toma de decisiones.
Javier Acuña, fue ejemplo para todos los que participamos en el MDM y el MBTEM. No llegó a ser Secretario general de la Sección XVIII como ocurrió con Morón o un servidor, pero como sim lo fuera, porque siempre fue nuestro máximo representante. Para decirlo llanamente, Javier Acuña fue el núcleo que lograba mantener unido al movimiento y su dirección y, al mismo tiempo, al movimiento nacional. Fue maestro de todos los que formamos parte de la dirección del Movimiento magisterial desde las representaciones sindicales hasta la propia dirección estatal. Un verdadero formador de cuadros y educador popular.
Su muerte, ocurrida el 29 de diciembre de 1999, significó uno de los golpes más duros que el magisterio estatal democrático recibió hasta hoy. Las consecuencias de lo que ahora es lo que antes no fuimos, se debe en parte a su ausencia. No dudo en afirmar que si Francisco Javier Acuña nos acompañara aún, el Movimiento Magisterial no habría tenido las rupturas y dispersión que hoy lo han casi extinguido. Hago este recordatorio a un compañero como ninguno. 25 años de ausencia duelen todavía y se sienten y miran en el panorama. ¡Como nos ha hecho falta Javier ¡
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