¡Quiénes no lo conocen? ¿Quiénes son aquellos que no fueron a verlo en los días de su nacimiento; aquel brote volcánico tan sensacional que casi conmovió al mundo y fue gran atracción turística y
05:49 PM 14/02/2013
¡Quiénes no lo conocen? ¿Quiénes son aquellos que no fueron a verlo en los días de su nacimiento; aquel brote volcánico tan sensacional que casi conmovió al mundo y fue gran atracción turística y científica?...
Sin embargo, muchos quedaron sin disfrutar ese gran espectáculo, y hoy día está bastante olvidado. En efecto, el Paricutín enmudeció, y quedó convertido en un mediano cerrito, rodeado de una de las serranías michoacanas. Así lo contemplamos en 1953, desde la cumbre del Tancítaro, en una excursión memorable que ya fue reseñada en estas páginas.
Su aparición fue un día 20 de febrero de 1943, en que se abrió una grieta en un pequeño valle de labranza, con gran sorpresa de su dueño que por ahí andaba arando la tierra. Pocas horas después, aquello era una solfatara que empezó a vomitar humo, fuego y cenizas. Se corrió la voz, los cusiosos pusiéronse en movimiento y en muy pocos días medio México se alborotó para ir a presenciar el prodigio, que crecía y crecía...
Nosotros nos organizamos y fuimos en un pequeño grupo de 5, que eran el señor Starke, el colorado Mayeur, Pancho Gómez de “La Europea”, el suscrito e infraescrito que da fe, y el otro escribano. Ocupamos un bondadoso ruletero, que a su vez tenía interés de ir a ver al Paricutín, y en la tarde de un viernes partimos hacia Uruapan, haciendo noche en Morelia, para proseguir el sábado y arreglar la transportación local, que no era fácil, pues únicamente había un camión de estacas que acarreaba gente a granel en un penoso recorrido en terreno accidentado y sin una verdadera carretera.
Llegamos a las seis de la tarde al pueblo de San Juan de las Colchas, y en seguida proseguimos a pie por una ruta de arena, entre un abundante gentío de peregrinos que llevaba el mismo propósito. Una hora después, estábamos ya en el borde desde el cual, como barrera de primera fila, se contemplaba la maravilla. Era ya de noche y teníamos delante una escena indescriptible, de aplastante efecto en nuestro ánimo. El punto donde se instaló el público distaba tal vez dos kilómetros del volcán, cuya estatura iba ya en unos trescientos metros sobre su base (al final de estas notas daremos la altura progresiva), ese era el crecimiento a los cuarenta días de haber nacido. En esa fecha el Paricutín se hallaba en la plenitud de su actividad. Las explosiones se sucedían con una frecuencia de tres o cuatro por minuto, con estruendo aterrador. Antes que la noche cerrase, pudimos ver muchas de esas explosiones de fuego envuelto en la gran columna de humo que se elevaba verticalmente a una estatura no menor de mil quinientos metros.
Muy entrada la noche, noche sin luna, ya no fue visible la columna de humo y de esa manera veíamos únicamente la erupción del fuego, lanzando a grandísima altura enormes porciones ígneas que eran rocas candentes, que pronto veíamos caer, a la vez que por los bordes del cráter se marcaba un imponente vómito líquido, lava que salía la rojo blanco y venía resbalando por la vertiente, aumentando el volumen de la montaña. Permanecimos solamente cuatro horas en esa expectación, por que sonó la señal de regreso; el camión contratado por treinta personas estipulaba la obligación de volver a Uruapan a media noche, así es que con hondo pesar tuvimos que abandonar el espectáculo, y concentrarnos en la ciudad de Uruapan, en donde difícilmente pudimos conseguir alojamiento abusando de la bondad de familias de la localidad que en esa época se brindaron para acoger al turismo. El regreso lo hicimos de un tirón el día siguiente. No tuvo objeto dedicarnos a disfrutar de las bellezas de Uruapan porque en aquel entonces aquellas bellezas estaban cubiertas, casi sepultadas por el hollín y la cenizas de la erupción, de modo que hasta la vegetación de sus huertas y las arboledas y pinares de la comarca, lucían un sudario negruzco, mismo que hubieron de padecer también numerosas ciudades michoacanas, como la misma Morelia, Quiroga, Zacapu, Pátzcuaro, cuyo lago vimos al pasar entoldado de una neblina plomiza, rara y trágica.
Pero la fecha en que hicimos esa gira, había ya muchos visitantes extranjeros y pudimos ver placas automovilísticas canadienses y europeas, a parte de las yanquis. Las corporaciones científicas de Geología y Geografía acudieron con todo interés a presenciar el fenómeno durante una temporada y, por supuesto, el Dr. Atl se trasladó a vivir en derredor del Paricutín, haciendo numerosos campamentos en los cuales permanecía por semanas y meses, tomando sus bosquejos al crayón y haciendo pinturas a todo colorido, en lo cual empleó todo aquel año.
Los deportistas de la montaña sintieron gran interés desde un principio; pero no era posible acercarse mucho al Paricutín, pues la erupción fue decreciendo paulatinamente y toda aquella masa de lava y fuego permaneció candente, en un proceso de enfriamiento que duró dos años. El tránsito entre la roca eruptiva era excesivamente peligroso porque había intersticios por los cuales asomaba el fuego y algún excursionista sufrió una caída que le costó perder una pierna, calcinada en esos bocazos infernales.
Siendo muy abundante la erupción, la lava se iba petrificando, y a la vez iba caminando en todas direcciones en grandes y medianas rocas, que invadieron las cañadas y los bosques en extensión increíblemente vasta. Varios poblados desaparecieron, principalmente San Juan de las Colchas, que en éxodo bíblico fue trasladado a San Juan de los Conejos, pues la lava en altísimos montones cubrió toda esa villa, no dejando visible más que la torre de su parroquia.
Al año siguiente, en la festividad guadalupana de 1944, se repitió la visita al Paricutín, empleando tres días. Pero solamente concurrieron Alberto Mravko y el infraescrito, pues no era fácil el formar un grupo mayor. Llevábamos la mira de subir esa nueva montaña, ya que teníamos noticia de que algunos alpinistas lo habían hecho recientemente.
La erupción terminó, no recordamos en que mes de ese 1944, tras una actividad de muchos meses. Las emanaciones fueron decreciendo y al final sólo arrojaba humo y cenizas.
Partimos ambos compañeros en servicio de segunda nocturno, pernoctando en Morelia, y continuando bien temprano hacia Uruapan. En seguida hicimos conexión en otro vehículo bastante humilde que nos llevó a la zona volcánica. Encontramos al pueblo de San Juan de las Colchas, enteramente sepultado en una capa de lava de tres a cinco metros de espesor. Había algunos moradores acampados en las cercanías, en barracas de paja y de manta, que vivían del producto del turismo y alquilaban cabalgaduras. Bien pronto, adquirimos un mozo para que nos condujese al mejor sitio posible, puesto que la topografía estaba ya enteramente desfigurada. La prolongada erupción, originó diversas avalanchas de roca y arena, se derramó en varias direcciones, formando grandes vertientes, llegando hondonadas y hoyos, sepultando rancherías y bosques, cuyas arboledas mostraban todavía sus copas entre el colchón de arena.
Así arribamos a una vertiente de arena, en donde hicimos alto para instalarnos, sin más avíos que una delgada cobija y un impermeable, múltiples en tal ocasión. Caía la tarde y tuvimos el ánimo de permanecer ahí plácidamente; pero la atmósfera no era propicia; había incesante ventarrón que revolvía las arenas como una nube, en forma que nos llenaba los ojos y la boca. Tuvimos que hacer una pequeña tienda con ambas prendas, pero la arena se colaba por las rendijas e invadía nuestras mochilas, al grado de que no íbamos a poder hacer uso de nuestros comestibles, empanizados por tanta arenilla. Y era lástima, porque llevábamos buenas viandas y una tarta húngara exquisita, que tampoco se libró del terregal.
Dicha vertiente correspondía a una cañada recubierta por las cenizas y las arenas, por cuyo cause venía avanzando una faja o legua de rocas, impulsada aún por el fuego, pues debemos advertir que el volcán tenía emanaciones interminables por dos o tres de sus comisuras. Esa lengua era una mural de varios metros de alto, y su avance era lento pero constante, como de un metro por cada hora; así es que, a eso de la media noche, entregados al sueño, fuimos despertados por la cercanía de aquella roca que encubría una fuerte incandescencia. Movimos nuestro pequeño campamento a una distancia de cien metros y continuamos bajo la aspersión de arena que poblaba el ambiente. Así nos amaneció, y a la salida del sol nos dispusimos ir hacia el volcán. El guía nos advirtió que el recorrido era sumamente azaroso; había que sortear muchas fajas de roca eruptiva para abrirnos paso, y que era peligroso el caso porque el salto de rocas en roca, sinuosas y picudas, bien podría proporcionarnos una caída en que metiésemos una pierna en parte demasiado caliente. Dirigiendo la mirada al oscuro cono del Paricutín, notábamos claramente el zigzag de una vereda por la cual poco tiempo antes habían subido los Peteretes, hasta el cráter, pero ello fue con mucho riesgo porque los vómitos de humo y quizá el fuego no habían cesado, aunque solamente en algunas ligeras ráfagas bien localizadas en cierta dirección, de modo que dejaba “chance” para aventurarse. Sin embargo, de ello, nosotros desistimos de la empresa, ya que íbamos de curiosos, pero no de “sabrosos”.
Así deambulamos por los pedregales por espacio de tres o cuatro horas, en las cuales notamos que no avanzábamos gran cosa, y siendo nuestro programa regresar ese mismo día a Uruapan, resolvimos dar la espalda al Paricutín, y así nos pusimos en marcha de vuelta por otras cañadas, las cuales a su vez sufrían el derrame de lava que seguía avanzando en leguas, en forma tal que varios meses después, al concluir definitivamente la actividad del Paricutín, esa numerosas cañadas y hoyos quedaron llenos y colmados de ceniza y arena. Resultado, que el Paricutín cambió la fisonomía del terreno en centenares de kilómetros cuadrados, esterilizando la comarca que ahora es un vestigio geológico, inútil para el cultivo de la tierra, e inhóspito para los moradores de antaño.
Habiendo pasado de moda el Paricutín, a estas fechas casi nadie lo recuerda, no obstante que constituye sin duda una región de gran interés para el explorador y para el estudiante de topografía y geología.
Al caer la tarde, después de abordar un camión eventual que nos hallamos por esos andurriales, arribamos a la ciudad de Uruapan y nos alojamos en elegante hotel, que tuvo la gentileza de admitirnos, pese a lo renegrido de nuestros rostros y ropas...Un baño caliente nos transformó, e hicimos nuestra entrada al comedor para una memorable cena, en la que Alberto Mravko engullía de una tarascada los pares de huevos fritos y los filetes, empujados por una y otra Bohemia bien fría...
El último día, hicimos un cómodo regreso en carro de primera del ferrocarril; catorce horas de conversación con Mravko...Mucho supimos de sus tierras de Hungría, de sus juventudes y sus peripecias en la Primera Guerra Europea, o Mundial como muchos la llaman...Pero eso lo abordaremos en alguna montañera especial.
Las distintas alturas que fue adquiriendo el Volcán Paricutín en unas de sus etapas eruptivas. El pueblo de Parangaricutiro se aproxima a los 2,300 m. (s. n. m.)
El volcán nace a los 20 días de Febrero de 1943 (como se ve hay un error en la narración de Tartarinito). En marzo de 1943 rebasa los 2,600 m. id.; en abril de 1943 se acerca a los 2,650b m. id.; en mayo de 1943 llega a los 2,700 m. id; en agosto de 1944 alcanza la cifra de 2,750 m. id.
En fin...
Bibliografía: Leal Sierra, Manuel. “Medio Siglo de Excursión (1920-1970)”, Editorial Costa-Amic, México, D.F., 1976.
Tras votarse en el Congreso local la iniciativa presentada por el Ejecutivo del Estado con 36 votos a favor, cero en contra y cero abstenciones, el mandatario destacó que con la reforma se protegen los derechos laborales de los trabajadores.
El escaparate Punto México, que se ubica dentro de la Secretaría de Turismo federal, en la ciudad de México, registró una venta de artesanías por los 4 millones 550 mil pesos en la compra directa.