En México los escándalos en los que los gobernadores se meten —que nadie induce, ellos mismos provocan— no tienen consecuencias de ningún tipo y es un modelo que se repite constantemente.
07:15 PM 13/10/2014
En México los escándalos en los que los gobernadores se meten —que nadie induce, ellos mismos provocan— no tienen consecuencias de ningún tipo y es un modelo que se repite constantemente.
Basta recordar en el pasado a Mario Marín en Puebla, Ulises Ruíz en Oaxaca, Eduardo Bours en Sonora y en el presente a Rafael Moreno Valle en Puebla, Roberto Borge en Quintana Roo y Javier Duarte en Veracruz para comprender como no hay un poder que pueda sancionar a un gobernador en turno. Evidentemente no todos los casos son iguales ni ameritan la renuncia del jefe del ejecutivo estatal, pero tampoco han implicado ningún tipo de sanción.
El caso de Ángel Aguirre Rivero en Guerrero es desastroso, se trata de un hecho insólito que ha recibido la condena internacional, que rebasa los límites de la fuerza del estado y que vincula a todas luces al crimen organizado con ciertos sectores del gobierno en esta entidad. Aún con todo esto el gobernador pretende organizar una consulta para que la demagogia decida si se va o se queda.
Estos hechos son el reflejo del nuevo esquema de federalismo en México, en lugar de hacer de cada entidad un estado libre y soberano para sus habitantes dando libertades de acción a sus gobiernos, se han convertido en feudos de poder donde la democracia es simulada y el control en todo sentido se concentra en la silla del gobernador.
El sistema político priísta del siglo pasado resultaba una simulación en cuanto al tema federal, los gobernadores eran subordinados del presidente de la república —hecho que tampoco representó un avance democrático o de gobernabilidad—, ahora son libres para hacer lo que les de la gana sin el escrutinio de nadie. Cuando hay críticos resulta tan fácil comprar a los medios locales o bien, clonarlos como en el penoso caso de Borge en su entidad.
Aguirre pasa al listado de los gobernadores inamovibles, de los políticos feudales que pese al peor de los escándalos, pese a la peor de las atrocidades, siguen ahí en su silla, sentados y plantados burlándose de las instituciones, de los votantes y de los ciudadanos de este país en general.
¿Qué tenemos que hacer como sociedad para pasar del estado feudal al federalismo auténtico que nuestra democracia requiere con urgencia?. El paso que sigue en este sistema feudal-federal es la ingobernabilidad, lo que en muchos casos se le llama estado fallido. No es amarillismo ni alarmismo, es una realidad que obedece a la descomposición de un sistema político como el que estamos viviendo en México.
JOSÉ ANTONIO LÓPEZ SOSA
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