México en pañales en materia de debate: Martín Ramos.
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El pasado domingo tuvo lugar en Tijuana el segundo debate rumbo a la Presidencia de la República; un debate que se pretendió innovador pero que fue insuficiente para confrontar ideas y propuestas
07:15 PM 23/05/2018
El pasado domingo tuvo lugar en Tijuana el segundo debate rumbo a la Presidencia de la República; un debate que se pretendió innovador pero que fue insuficiente para confrontar ideas y propuestas, para variar.
La innovación en este debatoide consistió en invitar por primera vez a un público que escuchara de primera mano a los candidatos; una muestra representativa de 42 ciudadanos indecisos de la sociedad tijuanense cuyo papel sería cuestionar a los candidatos se dieron cita en el lugar. La idea parecía interesante, no obstante lejos de ser un debate la presencia de los ciudadanos convirtieron el mismo en una especie de foro.
Ciudadanos cuya presencia no se advertía natural ante un sepulcral silencio seguramente impuesto por la organización, dos moderadores cuyo papel en momentos se sobrepasó siendo demasiado incisivos, y, lo peor de todo, una ausencia de propuestas claras que permitan ya no digamos a los 42 ciudadanos, sino a los casi 12 millones de personas que vieron el debate, aunado a que las acusaciones de “canallas” (canallines), “farsantes” y “mentirosos”, ni siquiera fueron lo suficientemente bien argumentadas para determinar la veracidad de tal adjetivo.
Es decir, que si vamos a acusar de canallas, farsantes y mentirosos, se haga, sí, ya que es necesario conocer si quien va a dirigir los destinos de 120 millones de mexicanos es gente decente, pero el señalamiento tiene que ser contundente y las refutaciones de igual forma. De lo contrario estaríamos en presencia de lo que el villano favorito alega en torno a sus acusaciones: política ficción.
Y es que el debate no es una cosa que se nos de a los mexicanos lastimosamente; una disciplina que tiene milenios no ha sido bien
entendida por nuestro pueblo. La experiencia democrática de los debates presidenciales tiene apenas 24 de los cuales lo memorable de cada uno de ellos no son los ejercicios retorico argumentativos, sino que nos quedamos con lo más chusco de ellos: 1994 la sustitución de la contienda de Colosio por Zedillo y su respectiva acusación de Diego Fernandez de Cevallos; 2000 la intransigencia de Fox para hacer un debate hoy, y las acusaciones de mariquita, chaparro y la vestida, hacia Francisco Labastida; 2006 la ausencia de López Obrador al primer debate presidencial; 2012 el escote de Julia Orayen y la mirada morbosa de Gabriel Quadri y ahora, la mochada de manos de “EL Bronco” y el “Ricki Riquin Canallin” de Andres Manuel. De los momentos que recordamos de los debates no se nos queda ninguna propuesta, argumento o idea de los candidatos.
Y esta ausencia de cultura de debate nos aleja del ideal de la democracia en el que el dialogo y la contraposición de ideas nos permita definir el voto hacia la elección y tristemente los debates de concurso son mejores que los presidenciales, no por demeritar los primeros, sino por sonbre estimar los segundos.
Así, concluyo que mientras no haya una fuerte cultura de debate en México, no solamente en los procesos electorales, sino en las aulas, en la opinión pública, en el sector público y social, la democracia mexicana quedará supeditada a los encabezados de los medios nacionales que nos impongan la forma de pensar que sus agendas cooptadas por intereses políticos deseen.
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